“El grito de Ámbar”

La he visto actuar en “La casa de Bernarda Alba” de Lorca; la he escuchado hablar de sus planes e interés en “Casa de muñecas” de Ibsen; me emocionó con su actuación en “La marquesa de Sade” de Yukio Mishima.


-Obras de teatro que corresponden en tiempo a los siglos XVIII, XIX y XX, tratan la problemática de la mujer en la sociedad. –


Así que leer “El grito de Ámbar”, un relato de su autoría, me hace creer más en la autenticidad de Angélica Poblete como actriz.


Una mujer de valía, mi hermana.


Les comparto su narración:


Por: Angélica Poblete Sabía sobre la mujer invisible por la heroína de los cuatro fantásticos; le parecía maravillosa; no entendía por qué las mujeres gritaban, en la plaza pública por donde pasó, que no querían seguir siendo invisibles. A sus diez años Ámbar dedujo que tenían razón; puesto que eran cuatro héroes y entre ellos solamente había una mujer y además invisible; así que lo más seguro era que sus hazañas ni se vieran; eso pensó. Peor escenario se le dibujaba en la mente cuando en las pláticas en familia, por comentarios de sus maestras, y por lo oído en la televisión, se enteraba de que la mujer vivía en la invisibilidad y que por lo tanto ella misma estaría condenada a que cuando fuera mayor no se notara. Soy apenas una niña, pero empezaré a ensayar mi grito porque ya mayor quiero que todo el mundo me oiga, sepa de mí, ser vista; yo tampoco quiero ser invisible. Oír que le dijeran que era bonita e inteligente para su edad le envanecía, y le preocupaba que esas gracias no fueran a ser vistas como suponía que ocurría con la mujer invisible de la historieta; si hacía las mismas proezas de los otros tres héroes, por su invisibilidad poco se evidenciaba de todo lo que era capaz como mujer. Así que empezó a gritar a los cuatro vientos que en breve ahí estaría sumada al coro de las gritonas, a la vista de todos, mostrándose, decía, en toda su apariencia y tan visible como la realidad. -Le faltaba saber que la realidad exige aguardar el tiempo oportuno para hacerse oír y llegado ese tiempo guardar silencio porque los gritos, si son de mujer, alteran el orden de la vida que ya está organizado en roles, pueden romper- lo más grave- el techo de cristal translúcido que deja pasar la iluminación necesaria para ver lo que está permitido y no cometer el sacrilegio de descubrir donde está la fuente de esa luz que por extraña razón alumbra donde quiere y proyecta las sombras que quiere.- Cuando tuvo la edad, se hizo parte de los gritos de las mujeres; lo hacía muy bien; la libertad para gritar no era problema; lo era el suelo pegajoso de la plaza pública que le impedía sostenerse y las escaleras rotas para subir y cumplir el objetivo: romper el frágil techo de cristal.